Poema de Miguel Hernandez para el camarada Stalin






















Rusia de Miguel Hernandez 

En trenes poseídos de una pasión errante
por el carbón y el hierro que los provoca y mueve,
y en tensos aeroplanos de plumaje tajante
 recorro la nación del trabajo y la nieve.

De la extensión de Rusia, de sus tiernas ventanas,
sale una voz profunda de máquinas y manos,
 que indica entre mujeres: Aquí están tus hermanas,
 y prorrumpe entre hombres: Estos son tus hermanos.

Basta mirar: se cubre de verdad la mirada.
 Basta escuchar: retumba la sangre en las orejas.
 De cada aliento sale la ardiente bocanada
 de tantos corazones unidos por parejas.

Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos
 has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente,
 y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos,
 como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente.

De unos hombres que apenas a vivir se atrevían
 con la boca amarrada y el sueño esclavizado:
 de unos cuerpos que andaban, vacilaban,
 crujían, una masa de férreo volumen has forjado.


Has forjado una especie de mineral sencillo,
 que observa la conducta del metal más valioso,
 perfecciona el motor, y señala el martillo,
la hélice, la salud, con un dedo orgulloso.

Polvo para los zares, los reales bandidos:
 Rusia nevada de hambre, dolor y cautiverios.
Ayer sus hijos iban a la muerte vencidos,
 hoy proclaman la vida y hunden los cementerios.

Ayer iban sus ríos derritiendo los hielos,
 quemados por la sangre de los trabajadores.
 Hoy descubren industrias, maquinarias, anhelos,
 y cantan rodeados de fábricas y flores.

Y los ancianos lentos que llevan una huella
 de zar sobre sus hombros, interrumpen el paso,
 por desplumar alegres su alta barba de estrella
 ante el fulgor que remoza su ocaso.

Las chozas se convierten en casas de granito.
 El corazón se queda desnudo entre verdades.
 Y como una visión real de lo inaudito,
brotan sobre la nada bandadas de ciudades.

La juventud de Rusia se esgrime y se agiganta
 como un arma afilada por los rinocerontes.
 La metalurgia suena dichosa de garganta,
 y vibran los martillos de pie sobre los montes.

Con las inagotables vacas de oro yacente
 que ordeñan los mineros de los montes Urales,
 Rusia edifica un mundo feliz y trasparente
para los hombres llenos de impulsos fraternales.

Hoy que contra mi patria clavan sus bayonetas
 legiones malparidas por una torpe entraña,
los girasoles rusos, como ciegos planetas,
 hacen girar su rostro de rayos hacia España.

Aquí está Rusia entera vestida de soldado,
protegiendo a los niños que anhela la trilita
 de Italia y de Alemania bajo el sueño sagrado,
 y que del vientre mismo de la madre los quita.

Dormitorios de niños españoles: zarpazos
 de inocencia que arrojan de Madrid, de Valencia,
a Mussolini, a Hitler, los dos mariconazos,
la vida que destruyen manchados de inocencia.

Frágiles dormitorios al sol de la luz clara,
 sangrienta de repente y erizada de astillas.
 ¡Si tanto dormitorio deshecho se arrojara
 sobre las dos cabezas y las cuatro mejillas!

Se arrojará, me advierte desde su tumba viva
 Lenin, con pie de mármol y voz de bronce quieto,
mientras contempla inmóvil el agua constructiva
 que fluye en forma humana detrás de su esqueleto.

Rusia y España, unidas como fuerzas hermanas,
 fuerza serán que cierre las fauces de la guerra.
Y sólo se verá tractores y manzanas,
 panes y juventud sobre la tierra.


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